jueves, 28 de agosto de 2008

Genios de la Astronomia : Copernico


El hombre que “puso la Tierra en movimiento”
“Si por casualidad hay [charlatanes] que, aun siendo ignorantes de todas las matemáticas, presumiendo de un juicio sobre ellas por algún pasaje de las Escrituras, malignamente distorsionado de su sentido, se atrevieran a rechazar y atacar esta estructuración mía, no hago en absoluto caso de ellos, hasta el punto de que condenaré su juicio como temerario.”

NICOLÁS COPÉRNICO escribió lo antedicho al papa Paulo III en el prefacio de su innovadora obra titulada Sobre las revoluciones (de los orbes celestes), que se publicó en 1543. Tocante a las opiniones vertidas en esta obra, Christoph Clavius, sacerdote jesuita del siglo XVI, dijo: “La teoría copernicana contiene numerosas aserciones absurdas y erróneas”. El teólogo alemán Martín Lutero se lamentó así: “Este necio pretende trastornar toda la ciencia de la astronomía”.

¿Quién fue Copérnico? ¿Por qué generaron tanta polémica sus postulados? ¿Y cómo han influido en el pensamiento moderno?

Un joven cerebro sediento de conocimiento

Nicolás Copérnico —en polaco Niklas Koppernigk— nació el 19 de febrero de 1473 en Torún (Polonia). Tiempo después, al empezar a escribir tratados científicos, adoptó la forma latinizada de su nombre, Nicolaus Copernicus, de la cual se deriva la forma española. Cuando contaba apenas 11 años de edad, murió su padre, un comerciante de Torún que tenía cuatro hijos, de los cuales Nicolás era el menor. Un tío materno, Lucas Waczenrode, aceptó la tutela de los cuatro, se encargó de que Nicolás obtuviera una buena educación y lo encaminó a la carrera eclesiástica.

La formación de Copérnico comenzó en su pueblo natal y siguió en la cercana Chełmno.
Allí aprendió latín y estudió las obras de autores de la antigüedad. A los 18 años se trasladó a Cracovia (por entonces capital de Polonia), donde ingresó en la universidad y avivó su pasión por la astronomía. Al acabar los estudios, su tío, que ya era obispo de Warmia, le pidió que se mudara a Frombork —ciudad a orillas del mar Báltico— para ocupar el puesto de canónigo del cabildo catedralicio.

Sin embargo, el joven Copérnico, de 23 años, deseaba saciar sus ansias de saber, así que convenció a su tío para que le permitiese estudiar derecho canónico, medicina y matemáticas en las universidades italianas de Bolonia y Padua. Allí trabó contacto con el astrónomo Domenico Maria de Novara y el filósofo Pietro Pomponazzi. El historiador Stanisław Brzostkiewicz asegura que la influencia de este último liberó “la mente del joven astrónomo de las ataduras de la ideología medieval”.

En su tiempo libre, Copérnico estudió los tratados de los antiguos astrónomos y llegó a sumirse tanto en ello que, al ver que las obras en latín estaban incompletas, aprendió griego a fin de investigar los textos originales. Al término de su formación, Copérnico era matemático y médico y se había doctorado en Derecho Canónico. Además, era un docto en griego y fue el primero en traducir un documento directamente de este idioma al polaco.
Se fragua una teoría revolucionaria

Cuando Copérnico regresó a Polonia, su tío, el obispo, lo nombró su secretario personal, consejero y médico, un puesto muy prestigioso. En las décadas siguientes, ocupó diversos cargos administrativos, tanto civiles como religiosos. Con todo, siguió estudiando las estrellas y los planetas, recogiendo datos que apoyaran su revolucionaria teoría de que la Tierra no estaba inmóvil en el centro del universo, sino que giraba en torno al Sol.

Esta teoría contradecía los postulados del venerado filósofo Aristóteles y el modelo del universo propuesto por el matemático griego Tolomeo. Además, las hipótesis copernicanas negaban el “hecho” aparentemente obvio de que el Sol se elevaba por el oriente y recorría el cielo para ponerse por el occidente, mientras la Tierra permanecía inmóvil.
Copérnico no fue el primero en afirmar que la Tierra giraba en torno al Sol, pues el astrónomo griego Aristarco de Samos ya había propuesto esta idea en el siglo tercero antes de nuestra era. Los discípulos de Pitágoras habían enseñado que tanto la Tierra como el Sol giraban alrededor de un fuego central. En contraposición, Tolomeo escribió que si nuestro planeta se moviera, “los animales y otros elementos pesados quedarían flotando en el aire, y la Tierra caería rápidamente fuera de los cielos”. Y agregó: “El mero hecho de concebir tales ideas resulta ridículo”.

Tolomeo apoyaba el concepto aristotélico de que la Tierra permanecía inmóvil en el centro del universo, rodeada de una serie de esferas transparentes y concéntricas en las que se hallaban fijados el Sol, los planetas y las estrellas. Suponía que el movimiento de estas esferas transparentes causaba el movimiento de los cuerpos celestes. Sus fórmulas matemáticas explicaron con cierto grado de exactitud el curso de los planetas en el cielo nocturno.

Sin embargo, los defectos del sistema tolemaico llevaron a Copérnico a buscar otra explicación para los peculiares movimientos de los planetas. Para confirmar su teoría, reconstruyó los instrumentos que utilizaron los antiguos astrónomos. Aunque desde el punto de vista actual parecen sencillos, le permitieron calcular las distancias relativas entre los planetas y el Sol. Copérnico dedicó años a precisar las fechas en las que sus predecesores habían realizado algunas observaciones astronómicas relevantes. Armado de estos datos, se puso a trabajar en el polémico documento que desplazaba al hombre del centro del universo.
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